Génesis.
Para empezar por el principio.
Desde siempre me llamó poderosamente la atención el hecho de que los seres humanos del periodo paleolítico intentaran comunicar su cotidianidad a sus semejantes con trazos rupestres, con escorzos apenas insinuados en las paredes de las cavernas.
La intención de convertir ese elemental arte en una especie de bitácora gráfica sobre su acontecer es, desde mi punto de vista, fascinante por cuanto representa la necesidad tan humana de comunicar y de expresarse, utilizando para ello los primitivos recursos que tenían a la mano.
Me queda bastante claro que esos dibujitos rudimentarios - naturales, analógicos - terminaron imprimiendo a esta necesidad cierto aire decorativo, hasta evolucionar y volverse con el tiempo mucho más explícitos. En el periodo Auriñaciense - como ejemplo- empezaron a hacerse las primeras representaciones de signos genitales y sus respectivas diferencias, porque para entonces la necesidad comunicativa iba en aumento y era mucho más manifiesta.
Con el paso de los siglos, estos primeros comunicadores fueron concibiendo nuevas y más complejas figuraciones y de poder saltar nosotros imaginaria y abruptamente desde el periodo cavernario hasta el renacimiento, nos encontraríamos con la cúspide de esa necesidad gráfico-expresiva justamente en los frescos de la Capilla Sixtina, pasando desde luego, por los grandes pintores de todas las épocas y de ahí hasta la actualidad.
Algo muy similar con el devenir de este arte cavernario ocurrió en mi caso.
Heredé la fascinación por las imágenes por influencia de mi abuelo materno, un soberbio dibujante autodidacta, quien en un dos por tres, trazaba de memoria y sin documentación alguna de por medio, bocetos de tigres verdaderamente portentosos. Con frecuencia realizaba también apuntes de caricaturas de los comensales durante alguna afortunada sobremesa, en una libretita azul del tamaño de una cajetilla de cigarros que aún conservo. De tanto observar y repasar sus trazos deviene precisamente mi necesidad y mi pasión por expresarme mediante los monitos .
Desde luego, todo esto tiene mucho que ver igualmente con mi manera personal de percibir cuanto me rodea, es decir, por el magnetismo que, desde muy pequeño, han ejercido sobre mí las imágenes.
Y también porque - ahora lo entiendo - me tocó vivir de lleno en la era del voyeurismo y de la cultura óptica.
El ojo humano, el encargado de enviar estímulos al cerebro para satisfacer nuestras ansias naturales de conocer y de explorar, me parece, se trata del órgano más insaciable, incansable y voraz de nuestro cuerpo.
Desde luego, tuvieron que pasar muchos años para poder entender que precisamente nuestra experiencia sensorial de la visión constituye por sí sola un acto creativo, por cuanto va moldeando nuestra realidad y personalidad en función de todo aquello que percibimos, lo asimilamos y en la manera como nos comunicamos posteriormente.
Como un flash-back nebuloso, recuerdo cuando mi abuelo me dijo que en las historietas se narraban historias mediante dibujos, y que los personajes dibujados “dialogaban” – se comunicaban - mediante palabras escritas. Sin pensármelo mucho me vi forzado a aprender a leer lo más rápido posible para saber qué ocurría dentro de aquellas páginas y, desde luego, para saber de qué cosa hablaban los monitos multicolores que las llenaban.
Los comics fueron entonces la etapa lógica siguiente y la consecuente influencia visual de mis primeros acercamientos con la esfera imaginativa.
Posteriormente, y por imitación de lo que ya podía leer y entender, aparecieron mis primeros intentos primitivos por dibujar historietas, y las hojas de las libretas escolares, garabateadas con algunas palabras apenas, fueron una suerte de mi primer arte parietal.
Ese primitivismo de comic lo tenía todo: las historias ilusorias, irreales, fantásticas que quería vivir y las aventuras que me acercaban al peligro del que siempre podía salir ileso con solo desearlo.
Después de absorber y de repasar un sinfín de tiras cómicas, títulos de superhéroes, detectives inconmensurablemente inteligentes, onomatopeyas, Close-ups, psicologías incomprensibles de hombres trepados en arboles –prototipos de la decencia- y de autores y dibujantes casi inmortales, terminé descubriendo que para decir aquello que quería decir, debía decodificar primero el lenguaje de ese medio, adoptado en ese entonces meramente como un nuevo juguete.
Conjeturé entonces que la única manera de lograrlo sería - precisamente - haciendo comics, comics de manufactura doméstica, de consumo personal primero, y sometidos posteriormente al escrutinio de lectores, principalmente amigos, para sondear el terreno.
Así fue y creo que más o menos lo logré.
Luego de infinidad de tramas e historias simplonas, de una enorme chaparrez narrativa y de personajes fracasados – algunos de ellos ya casi desvanecidos de mi memoria – hace casi 17 años surgió el embrión de una saga más o menos coherente en su dibujo y su contexto : Harumm Scarumm.
Adaptado originalmente para un suplemento dominical de un diario, terminó entre las páginas de Asteroide, un fanzine del monero celayense Martín Medina ( Martín Crash).
Para sorpresa de muchos, la revista alcanzó desde el principio alturas realmente insospechadas, pese a su modesta manufactura y a su reducido tiraje, pues se agotaba apenas y llegaba a los quioscos de revistas.Auspiciada casi en su totalidad por el Instituto Tecnológico de la ciudad, el fanzine daba cabida a la mayoría de artistas y aspirantes a moneros de la ciudad.
Las aventuras del Profesor Odd y sus titanes vengadores abandonaron de esta manera las paredes de la cavernas.
Por cuestiones meramente económicas y de distribución, el eterno problema de toda publicación amateur, Asteroide llegó a publicarse en tan solo 4 ocasiones, aunque si bien el número 5 llegó a editarse en fotocopias tan solo para conmemorar la invitación a una feria de comic en la ciudad de León.
Muchos años después de su creación, la saga de Scarumm apareció a nivel nacional en el extinto y entrañable Gallito Comics, merced a la mediación de uno de los promotores del comic nacional más talentosos e inquietos, el ilustrador y monero Ricardo Peláez y dejó atrás otro poco de su origen rupestre.
Ahí comenzó todo.
Por cierto, el primer boceto que acompaña estas letras no es mio. Es un garabato del pequeño Aimar, mi hijo de 4 años - cautivado ya a estas alturas por las aventuras del hijo pródigo de Kriptón- , y quien comienza a escribir literalmente su prehistoria gráfico-comunicativa en cuanta superficie encuentra a la mano.
Asteroide fue en mi caso mi Altamira personal, el inicio de mi propia prehistoria, y el de mi hijo es ahora la internet.
Un buen augurio, ¿ no ?.