lunes, 11 de enero de 2010

Oh,y ahora...¿Quién podrá desfendernos?
Arranca el año y con este ciclo las mejores intenciones.

Aunque pareciera que apenas y ponemos píe en este mundo los dioses del destino ya desean nuestra desgracia, eso no debería preocuparnos. Aunque esos mismos dioses dispusieran de todo para evitar favorecernos, no hay tos: siempre habrá alguna salida...
Alguien llegará para incendiar el bosque y armarnos con tizones para iluminar nuestro camino, con el solo y único fin de prepararnos para enfrentar al dragón con el que habremos de toparnos, un ser de muchas cabezas, con miles de ellas, tal vez.

A nosotros, me refiero a los simples mortales, nos tocará lidiar toda la vida con uno de los seres más maravillosos,enigmáticos,hermosos, necesarios y peligrosos que haya concebido el dueño del cosmos: las mujeres.
Para cruzar por esa intrincada selva y llegar hasta esas aguas donde suelen habitar, cristalinas a veces, meras ciénagas en otras, debemos recurrir a toda la ayuda posible.
Para ello apareció esta semana entre las páginas de El Chamuco Número 190, el intrépido y ducho Mr. E!, el maestro de las artes amatorias más inverosímil del que se tenga noticia, para decirnos por dónde caminar y quizá, para cauterizar con esos fuegos, algunas de nuestras heridas.

En alguna parte de su biografía aún no escrita, el embutido jura y perjura haber mantenido ayuntamiento carnal con más de 3798 mujeres a lo largo y ancho de toda su vida, un poquitito más que el mismísimo Hugh Hefner, el dueño mítico de Playboy Magazine y , de ser cierto, algo tendría para compartir con nosotros en tan insondable asunto.

Creamos en su tesis o no , lo cierto es que las más de las veces, sin luces en el sendero, con las puras manos desnudas como nacimos, ante ellas palidecemos y parecemos meros animalitos indefensos perdidos en el bosque.
Los hombres cobardes e incompletos, escondidos dentro de un jarrón, le agradecemos su valentía y admiramos comparta con la gran manada muchos de sus secretos, equivalentes para la gran mayoría, al oro molido que Pizarro y sus conquistadores jamás pudieron encontrar a su paso por estas tierras.
Chale.

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