sábado, 29 de agosto de 2009


Si no quieres que se sepa, no lo hagas...
Para empezar esta entrada, una verdad de Perogrullo: Todos, absolutamente todos, mentimos.
En el mundo en el que vivimos, resulta muy peligroso en ocasiones demostrar nuestra verdadera personalidad a todo el mundo.
Y aunque por todos lados nos dicen que debemos mostrarnos siempre decentes, respetuosos, tolerantes, democráticos, educados, agradables y...sinceros, la verdad es que pareciera ser que esas mismas personas que nos recomiendan esta retahíla de buena educación, las más de las veces, son en verdad la otra cara de esa moneda.
Muchos de ellos, aunque se comporten públicamente de esta manera, en lo privado son, al mismo tiempo, tramposos, arteros, engañosos, falsos, embusteros...
Inclusive existen libros escritos expresamente para sugerirnos el uso adecuado de un sin número de máscaras sociales y a llevar un compendio de trucos, artimañas y engaños siempre bajo el brazo.

A ciencia cierta, ignoro si el engaño y la simulación estan exentos de figurar en aquel célebre manual de Carreño sobre las buenas costumbres, o si alguna disciplina las ha etiquetado ya en nuestros días como algo sucio o inmoral.
Lo único que sé sobre el tema, es el daño enorme que provoca la mentira.


Desde luego no me refiero a aquellas mentirijillas de los niños sobre la marca de sopa favorita o de la sarta de engañifas de un producto de la T.V pronunciadas con la mejor de las sonrisas por un carismático locutor y que de alguna manera, están ya socialmente aceptadas.
Un director de cine, un publicista, un escritor o un guionista, yo mismo por ejemplo, vivimos de escribir y cobrar por nuestras mentiras...
Pero no, no me refiero a eso, a la mentira simple.
Hablo de aquellas que duelen, aquellas que se elucubran con la única y malsana intención de provocar daño en el receptor, aquellas que se perpetran en el callejón más recóndito del cerebro y que con toda la saña del mundo, se traman de principio a fin, dejando la menor cantidad de cabos sueltos, como la de los asesinos, la de los políticos, la de algunos hombres del poder...
El mero acto de hacerlas pasar como verdad suele hacernos felices por un tiempo, pero una vez que nos damos cuenta que hemos vivido bajo la enredadera de la mentira, el despertar suele ser un trago muy amargo. Eso todos lo sabemos.
Actores, vendedores de seguros, de autos, lecheros, internautas, deportistas de alto rendimiento, funcionarios públicos, maestros, lideres sindicales y un largo etcétera lo hacen todos los días y parece no pasar nada.
Lo grave del asunto viene cuando esas mentiras aterrizan en nuestro patio trasero, cuando nos damos cuenta de haber bebido mucho tiempo de la vasija del engaño...Y cuando pareciera que nos hemos cansado ya de preguntar por la verdad una y otra vez ...siempre nos toparémos con el hermético muro del consabido embuste, sólo para intuir luego que quizá ese muro se derrumbará algún día.
Las mentiras, amiguitos y amiguitas, siempre, siempre se descubren.
La verdad aunque dolorosa, siempre será la mejor opción de andar por esta vidorria.
El titulo de esta entrada se refiere precisamente a eso, y es una de las consejas más maravillosas que recibí en vida de un hombre increiblemente sabio, mi abuelo.
A resultas de aplicar esta frase como norma de vida personal y desprovista del tufillo de toda moralina, se me ocurrió escribir esta historieta con un cavernicola de por medio, que como tal y con tintes políticos, apareció en las páginas del Chamuco No. 179.


El mismo Roberto Gómez Bolaños- Chespirito -lo puso en boca de su personaje El Chavo del 8 alguna vez:
" La mentira nunca es buena, mata el alma y la envenena".
¿ Será?

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